Interés Compuesto, Viaje en el Tiempo – Parte III – Final
La novela “Compounded Interest” es una história de ciencia ficción escrita por el talentoso autor Mack Reynolds, donde lleva el poder de interés compuesto a su expresión máxima como lo había mencionada el físico Albert Einsten cuando dío su opinión respecto a que el “Interés Compuesto” era la fuerza más poderosa de la galáxia. Si llegaste a este artículo directamente te recomiendo leer previamente la Parte I y Parte II, si ya las leiste no te quito más tiempo y continua con la historia.
Para aquellos interesados en leer la historia completa pueden leer primero:
Compounded Interest – Mack Reynolds
Interés Compuesto – Parte III – Final
En 1800 el señor Smith dijo:—Apoyen ustedes durante doce años al aventurero Bonaparte. Abandónenlo en 1812. Inviertan generosamente en la nueva nación, los Estados Unidos de América. Envíen un representante a Nueva York, inmediatamente. Éste será un siglo de revoluciones y cambios. Dejen de sostener a la monarquía…
—…Apoyen a las clases comerciales en ascenso. Sostengan a un tal Robert Clive en la India. Retiren todo apoyo a España en laAmérica Latina. En la guerra civil norteamericana pónganse del lado del Norte.
—En general caballeros este será el siglo de Inglaterra. No lo olviden. —El señor Smith volvió la cabeza un momento y pareció escrutar un paisaje distante—. El próximo siglo será diferente, pero esa es otra historia y ni yo sé que ocurrirá después de la primera mitad.
El señor Smith se fué al fin, y Amschel Mayer, el representante de Viena, murmuró:
—Queridos colegas, ¿han advertido ustedes que una de las reliquias del contrato tiene al fin sentido?
Lord Widermere, lo soslayó sin tratar de discimular su antisemitismo.
—¿Qué quiere usted decir?
El banquero Amschel Mayer abrió la pesada caja donde se guardan los documentos transmitidos de generación en generación desde la epoca de Goldini y sacó una moneda de oro.
—Una moneda del contrato original, señor. Ha sido conservada todo este tiempo.
Windermere tomó la moneda y leyó:
—Estados Unidos de América. Pero hombre por favor esto es ridículo. Alguién ha metido aquí la mano. La moneda no pudo existir en tiempos de Goldini. Las colonias proclamaron su independencia no hace más de veinticinco años.
—Y el número de la moneda —murmuró Amschel Mayer—. Me pregunto si alguién ha pensado que puede ser una fecha.
Windermere miró la moneda otra vez.
—¿Una fecha? ¡No sea idiota! Nadie fecha una moneda con un siglo de adelanto.
Mayer se acarició nuevamente las mejillas afeitadas.
—Conmñas de seis siglos de adelanto, señor.
A la hora de los cigarros y el brandy, discutieron atentamente el problema. El joven Warren Piedmont dijo:
—Ustedes caballeros, tienen una ventaja. Hasta hace doce años tenía un vago conocimiento del contrato, a pesar del puesto importante que ocupo en la rama norteamericana y lamentablemente yo no asistí como ustedes a la aparición del señor Smith en 1900.
—No perdió usted gran cosa, —gruñó VOn Borman—. Nuestro señor Smith que nos tiene atados tan firmemente, de modo que es dueño de todos nuestro bienes, hasta este cigarro que fumo ahora, nuestro señor Smith, digo, es un hombre insiginificante, casi un andrajoso.
—Entonces existe —dijo Piedmont.
Albert Marat, el representante francés, bufó expresivamente.
—Hay algo sorprendente señores. La descripción que tenemos del señor Smith, incluidas la ropas, corresponde exactamente a lo que nos ha llegado a través de los siglos, desde los días de Goldini, —Rió entre dientes—. Tenemos una ventaja esta vez.
Piedmont frunció el ceño.
—¿Una ventaja?.
—Cuando el señor Smith apareció en 1900, le sacamos una foto disimuladamente. Será interesante hacer la comparación cuando aparezca de nuevo.
Warren Piedmont seguía frunciedo el ceño sin entender, hideka Mitsuki explicó:
—¿No ha leído usted las novelas de ese escritor británico, el talentoso H.G. Wells?
—No lo conozco.
—Brevemente, Piedmont —dijo Smith-Winston, de la rama británica—. Hemos discutido la posibilidad de que el señor Smith sea un viajero del tiempo.
—¡Un viajero del tiempo! ¿Qué quiere usted decir?
—Estamos en 1910. En el último siglo la ciencia ha superado las concepciones más audaces de los sabios de 1810. No podemos imaginar que progresos se harán en los próximos 50 años. Que esos progresos abarquen los viajes en el tiempo parece un poco descabellado, pero no es imposible.
—¿Pero dentro de cincuenta años? pasará un siglo antes que…
—No esta vez, el señor Smith que no esperaría hasta el 2000 para visitarnos. Se aparecerá aquí el 16 de Julio de 1960. Ese día amigos mios, descubriremos me parece, ha decidio embolsarse la mayor fortuna que haya conocido el mundo.
Von Borman miró alrededor y gruñó.
—¿Se les ha ocurrido pensar que nosotros ocho somos los únicos que conocemos la existencia del contrato?
—Se tocó el pecho—. En alemania ni siquiera el Kaiser sabe que soy dueño de casi dos tercios de la riqueza nacional, en nombre del contrato, por supuesto.
—¿Se les ha ocurrido —dijo Marat— que si el señor Smith reclama su fortuna nos quedaremos todos sin un centavo?
Smith-Winton rió entre dientes, amargamente.
—Si ha pensado usted modificar las cosas olvídelo. Durante medio milenio, los mejores expertos en cuestiones legales han estado fortaleciendo el contrato. Los intentos de alterar algunas de sus partes han desencadenado guerras. Nunca abiertamente claro está. Los que murieron invocaban las causas de la religión, el destino nacional, el honor nacional. Pero ninguna tentativa tuvo éxito, y el contrato sigue en pié.
—Volvamos a esa visita prometido para 1960. ¿Por qué piensan que el señor Smith revelará al fin que es un viajero del tiempo?
—Todo concuerda amigo mío, —dijo Smith-Winston—. Siempre ha aparecido en ropas similares a las que usamos hoy, desde los días de Goldini. Habla inglés con acento norteamericano. Las monedas que le dió a Goldini eran Águilas norteamericanas, acuñadas en este siglo. Podemos asumir que son monedas del tiempo del señor Smith. Bien, por alguna razón el señor Smith deseó amasar una enorme fortuna. Lo ha conseguido y en 1960 revelará su propósito.
Smith-Winston suspiró y volvió a su cigarro.
—No se si estaré aquí para verlo, cincuenta años es mucho tiempo.
Dejaron al fin el tema y abordaron otro que les interesaba mucho.
—Opino que para servir bien el contrato —gruñó Von Borman—, Alemania ha de tener un lugar mayor bajo el sol. He planeado construir un ferrocarril a Bagdad y traer a casa los tesoros del oriente.
Marat y Smith-Winston recibieron con frialdad esas palabras.
—Le aseguro, señor —dijo Marat— que nos resistiremos a esos planes. La mejor manera de servir al contrato es dejando el estado actual de las cosas. No hay sitio para una expansión germánica. Si usted insiste habrá guerra y usted recordará sin duda las profesias del señor Smith. En caso de guerra retiraremos nuestro apoyo a Alemania y también a Rusia, por alguna razón que ignoramosy sostendremos a los aliados. Queda usted advertido.
—El señor Smith se ha equivocado esta vez —replicó Von Borman—. Además el mismo dijo que invirtiésemos grandes sumas en petroleo. ¿Como es posible que Alemania tenga petroleo si acceso a Oriente? Mis planes tendrán éxito y aseguraré así la causa del contrato.
El sereno Hidejo Mitsuki murmuró:
—Me pregunto si el señor Smith que las distintas ramas de la fortuna planearían y desencadenarían conflictos internacionales en nombre del contrato.
Cuando el señor Smith entró a la oficina del edificio Empire State, sólo seis hombres esperaban alrededor de la mesa. Ninguno de ellos había estado presente en la visita anterior y solo el anciano Warren Piedmont había conocido a alguién que hubiese visto al señor Smith.
El octogenario sacó una vieja fotografía y la comparó con el recien llegado.
—Si —murmuró—, tenía razón.
El señor Smith le lanzó un sobre abultado con papeles.
—¿No desea revisar los documentos?
Piedmont miró a los hombres sentados a la mesa: Jhon Smith-Winston, hijo; Rami Mardu, de la India; Warner Voss Richer, de Alemania Occidental; Mito Fisuki, de Japón; Juan Santos, representante de Italia, Francia y España. Piedmont dijo:
—Tenemos aquí una fotografía que le sacamos en 1900, señor. Basta para identificarlo a usted. He de añadir sin embargo, que durante los últimos 10 años hemos pedido a un cierto número de notable hombres de ciencia que estudien si los viajes en el tiempo son posibles.
—Me he enterado —dijo el señor Smith—. En otras palabras han gastado ustedes mi dinero en investigarme.
—Todos hemos protegido fielmente el contrato —dijo Piedmont en un tono que no era de disculpa— y algunos le hemos consagrado toda nuestra vida. No negaré sin duda que la remuneración es la mayor del mundo, sin embargo, es solo un trabajo. Parte del trabajo consite en proteger el contrato, y los intereses de usted, de aquellos que desean apropiarse indebidamente de la fortuna. Gastamos millones todos los años en investigaciones.
—Me parece bien. ¿Pero esas investigaciones de los viajes por el tiempo?
—La respuesta ha sido siempre la misma, invariablemente solo uno de los físicos insunuó una cierta probabilidad.
—Ajá, ¿y quién fué ese hombre?
—Un profesor llamado Alan Shirey que trabaja en la universidad de California. No hablamos con él directamente, por supuesto. Al principio dijo que nunca había considerado el problema, pero se mostró intrigado. Finalmente afirmó que la única solución implicaría el consumo de una canidad enorme de energía, que superaba las posibilidades del mundo.
—Ya veo —dijo el señor Smith haciendo una mueca—. ¿Y ese profesor no ha seguido investigando los viajes en el tiempo?.
Piedmonto alzó las manos.
—¿Cómo puedo saberlo?
Jhon Smith-Winston interrumpió bruscamente.
—Señor, tenemos aquí un inventario completo de los bienes de usted. Decir que la fortuna es colosal sería una afirmación demasiado prudente, aún para un inglés. Desearíamos que nos informara usted ¿cómo hemos de continuar?.
El señor Smith lo miró fijamente.
—Deseo que tomen las medidas necesarias para liquidar la fortuna.
—¡Liquidar la fortuna! —gritaron seis voces.
—En dinero contante y sonante, caballeros —dijo el señor Smith—. Tan pronto como sea posible quiero todas mis propiedades en dinero.
—Señor Smith —dijo roncamente Warner Voss-Richer—. No hay bastante dinero en el mundo para comprar todos los bienes de usted.
—No importa gastaré ese dinero tan rápidamente que será puesto otra vez en circulación, a medida que ustedes me entregen el oro o los créditos equivalentes.
—Pero ¿por qué? —dijo Piedmont, estupefacto— ¿No entiende usted las repercuciones que tendrá la medida?. Señor Smith es necesario que nos explique… El propósito de todo esto…
—El propósito es obvio —dijo el señor Smith—. Y el seudónimo de señor Smith es inútil ahora. Pueden llamarme Shirey, profesor Alan Shirey. Entiendan ustedes, caballeros: el problema que ustedes me han planteado acerda de los viajes en el tiempo acaparó mis pensamientos. Creo que al fin he resuelto todas la dificultades. Solo necesito ahora una cantidad fantástica de energía para hacer funcionar mi aparato. Con esa energía un poco superior a la que se produce hoy en el mundo podré viajar por el tiempo.
—Pero, ¿por qué? Todo esto, todo esto… Monopolios, gobiernos, guerras… —La voz voz cascada de Warren Piedmont tembló y se quebró.
El señor Smith —el profesor Alan Shirey— miró a Piedmont de un modo extraño.
—Bueno, para que yo pueda regresar a los días de esplendor de venecia y tomar las medidas necesarias que me permitirán comprar esta enorme cantidad de energía.
—¿Y seis siglos de historia humana —dijo Rami Mardu, representante asiático con una voz muy débil— no tendrán otro sentido?
El profesor Shirey lo miró con impaciencia.
—¿Prentende insinuar, señor, que ha habío otros siglos en la historia humana con más sentido?
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