Interés Compuesto, Viaje en el Tiempo – Parte II

10:36 Publicado por Luis Alberto

 
La novela “Compounded Interest” es una história de ciencia ficción escrita por el talentoso autor Mack Reynolds, donde lleva el poder de interés compuesto a su expresión máxima como lo había mencionada el físico Albert Einsten cuando dío su opinión respecto a que el “Interés Compuesto” era la fuerza más poderosa de la galáxia. Si llegaste a este artículo directamente te recomiendo leer  previamente la Parte I, si ya la leiste no te quito más tiempo y continua con la historia.

Compounded Interest – Mack Reynolds

Interés Compuesto – Parte II

—¿Entonces se ha presentado realmente? Per Favore, Lio, tráigame la documentación de… de la cuenta. Que me dejen solo unos diez minutos para que yo pueda refrescarme la memoria y luego haga pasar al señor.
El biznieto de Vico Letta de la Casa Letta-Goldini se incorporó con elegancia, saludó con la reverencia que se estilaba esos días, y dijo:

—Servidor de Usted, señor…
El recién llegado sacudió la cabeza devolviendo el saludo con torpeza.

—Señor Smith —dijo.

—¿Una silla ilustrísimo? Y ahora me perdona que entremos en seguida en materia, pero cuando se está a cargo de una casa tan importante como la de Letta-Goldini…
El Señor Smith extendío una hora rota de papel. Hablaba un Italiano abominable.

—El acuerdo concluido con Marin Goldini, hace exáctamente un siglo.
Ricardo Letta tomó el papel. Era nuevo, limpio y fresco y el banquero lo miró arrugando la frente amplia. Tomó el trozo de papel envejecido y amarillento que tenía ante él y lo juntó con el otro. Se correspondían exáctamente.

—Asombroso señor, ¿Pero como es posible que mi pedazo haya envejecido tanto y el suyo esté tan nuevo?
El señor Smith carraspeó.

—Es evidente que se han empleado distíntos métodos de preservación.

—Evidentemente. —Letta se reclinó en su silla juntando las puntas de los dedos—. Y evidentemente usted viene a reclamar el capital y los intereses. La suma es considerable señor. La casa tendrá que recurrir a distintos fondos.
El señor Smith meneó la cabeza.

—Deseo prorrogar el acuerdo inicial.
Letta se sentó, muy tieso.

—¿Por otro periodo de cien años, quiere usted decir?

—Exactamente. Tengo confianza en la capacidad de usted.

—Ya veo. —Ricardo Letta había mantenido su posición en la junta de la banca y el comercio venecianos gracias a una gran habilidad externa. Le bastó un instante para recuperar la calma. Tomó el otro papel del escritorio y dijo—: La aparación del antepasado de usted, señor, ha llegado a ser una verdadera leyenda en esta casa. ¿Conoce usted los detalles?
El otro asintió con un movimiento lento es su cabeza.

—Nos sugirió, entre otras cosas, que apoyáramos al consejo de los Diez. Estamos en el consejo de los Diez, y no necesito decirle con qué ventajas. Nos indicó asimismo que investigaramos los viajes de Marco Polo. No investigamos…, lamentablemente. Pero la recomendación más extraña fué que invirtiéramos en las ciudades de Hansa, que eventualmente se unrían a la liga Hanseática.

—¿Y?¿No fué una recomendación razonable?

—Provechosa señor, si; pero nada razonable. El antecesor de usted apareció en el año 1300 y la Liga Hanseática no se formo hasta el año 1358.
El hombrecillo, con las mismas ropas extrañas, que la tradición atribuía al primer señor Smith, hizo una mueca.

—Lo lamento señor pero, ahora no puedo dar explicaciones. Bieno no tengo mucho tiempo, y dada la importancia actual de la suma quisiera que redactáramos un contrato más formal que el celebrado con los fundadores de la casa y, que era meramente verbal.
Ricardo Letta tocó una campanilla que estaba sobre el escritorio y los dos hombres pasaron la hora siguiente con ayudantes y secretarios. Al fin y con un pirámide de documentos en lo brazos el señor Smith dijo:

—Bien, ¿puedo hacer ahora algunas sugerencias?
Ricardo Letta se inclinó hacia adelante entornando los ojos.

—Por supuesto.

—La casa de ustedes seguirá creciendo y será necesario extender los negocios a otros países,  continúen apoyando a las ciudades de la Hansa. En un futuro no muy lejano un hombre llamado Jacques Couer será la figura más importante en Francia. Nómbrenlo representante francés de la firma. Sin embargo retirenle todo el apoyo, en el año 1450.
El señor Smith se puso en pié preparándose para irse.

—Uno consejo señor Letta, donde hay dinero, se juntan lo chacales. Les suguiero que los escondan y lo dispersen. De este modo, aunque haya pérdidas provocadas por los actos de tal o cual príncipe o por una revolución, la fortuna subsistirá.
El señor Smith dejó la habitación, y Ricardo Letta, aunque no era un hombre demasiado religioso, se persignó discrtamente.
Eran veinte los que esperaban en el año 1500. Estaban  sentados alrededor de una hermosa mesa de conferencias, representando a una media docena de naciones y todos tenían aspecto arrogante y en algunos casos rostros de expresión cruel. Waldemar Gotland presdía la reunión.

—Excelencia —dijo en un inglés aceptable—, suponemos que esta es su lengua materna, ¿no es así?.

—Asi es —dijo el señor Smith al ver a tantos hombres.

—¿Y desea usted que lo llamemos señor Smith, según la costrumbre inglesa?

—Me parece bien —asintió el señor Smith.

—Le agradeceríamos entonces, señor Smith que nos presentara usted sus documentos. Un comité presidido por Emil de Hanse, comprobará la autenticidad de los papeles.
Smith puso sobre el escritorio un monton de papeles.
—Yo habñia deseado —se quejó— que estos depósitos se mantuvieran en secreto.

—Hemos hecho todo lo posible, excelencia. El monto es ahora fantástico. Aunque conservamos aún el nombre Letta-Goldini, no sobrevive ya ningún miembro de esas familias. Durante el último siglo, excelencia, muchos han intentado apoderarse de su fortuna.

—Nada sorprendente —Dijo el señor Smith, y preguntó enseguida con interés —: ¿Y por qué fracasaron?

—La causa principal ha sido el número de administradores, excelencia. Como representante de escandinavia, me interesa de sobremanera que ningín veneciano o alemán rompa el contrato.
Antonio Ruzzini interrumpió secamente:

—Y nosotros no permitiremos que Waldemar Gotland nos engañe. Ha corrido sangre más de una vez  en el último siglo, excelencia.
Los papeles fueron aceptados como auténticos.
Gotland carraspeó.

—En este momento, excelencia, toda la fortuna es suya y nosotros somos simples empleados. Si usted desea que la fortuna continúe creciendo…
El señor Smith asintió con un movimiento de cabeza.

—Pues bien —continuó Gotland—, sugeriríamos entonces que firmemos un contrato más riguroso. No hemos tomado la linbertad de redactar…

—Bien —dijo el señor Smith—, lo estudiaremos. Pero antes les daré mis instrucciones.
Los hombres sentados enl a mesa se pusieron muy tiesos mirando al señor Smith.

—Cuando Constantinopla caiga en manos de los turcos —dijo el señor Smith—, Venecia perderá su poder. La casa deberá tener su sede en otra parte.
Hubo una exclamación ahogada.
El señor Smith continuó:

—El monto de la fortuna nos permite hacer planes a largo plazo. Tenemos que volver los ojos hacia occidente. Envien un representante a España. Habrá allí oportunidades de buenas inversiones, luego de los próximos descubrimientos en el oeste. Apoyen a unos hombres llamados Hernán Cortez y Franciso Pizarro. Hacia mediados del siglo, retiren las inversiones de España y colóquenlas en Inglaterra, sobre todo en el comercio y la manofactura. Habrá grandes concesiones de tierra en el nuevo mundo. Es necesario que los representantes de la casa obtengan algunas de esas concesiones. Habrá un periodo de confusión en Inglaterraluego de la muerte de Enrique octavo. Apoyes a su hija Isabel.

—Descubrirán ustedes a medida que se extiendan por los países nórdicos, que las emrpesas no pueden prosperar cuando hay demasiados feriados. Apoyen a los jefes religiosos que exigen un modo de vida más… puritano.

—Una última recomendación. Este grupo es demasiado numeroso. Sería conveniente que solo un representante participe del secreto del contrato.

—Caballeros — aconsejó el señor Smith en el año 1600—, presten más atención al comercio y las manufacturas en Europa; a la agricultura, a las minas y a la acumulación de tierras en el nuevo mundo. En este siglo se amasarán fortunas inmensas en oriente. Traten que nuestras primeras casas sean las primeras en aprovechas esta situación.
Esperaban alrededor de la mesa de conferencia en Londres. El reloj —que todos consultaban una y otra vez, nerviosamente— indicaban que aún faltaban quince minutos para que llegue el señor Smith.
Sir Robert aspiró una pizca de rapé aparentando una indiferencia que no sentía.

—Señores —dijo lentamente—, confieso que me cuesta creer en esta leyenda. Si nos atenemos a los hechos…

—Es una hermosa historia, señores —dijo Pierre Deflage—. En el año 1300 un extranjero de apariencia nada notable se presentó ante un banquero veneciano y le entregó diez monedas de oro que quedarían depositadas durante cien años. Sugirió además ciertas medidas que dejaron atrás a todas las profesías de Nostradamus. Desde entonces los descendientes de este hombre han aparecido cada cien años, el mismo día y a la misma hora, y han invertido otra vez la suma sin retirar jamás un solo centavo, pero haciendo siempre nuevas sugerencias. Hoy señores la fortuna es, sin comparación, la mayor del mundo. De mi por ejemplo se dice que soy el hombre más rico de Francia- —Deflages se encogió de hombros—. Todos sabemos que soy un empleado al servicio del contrato.

—Opino que esta historia no tiene sentido —Dijo sir Robert—. Han pasado cien años desde supuesta aparición de ese señor Smith. Durante ese periodo, el contrato ha estado en manos de muchos hombres ambiciosos y sin escrúpulos. Es evidente que ellos mismos inventaron la historia para sus propio fines. Caballeros el señor Smith no existe ni nunca existió. Ha llegado el momento de decir, señores ¿continuamos la farsa o tomamos medidas para repartirnos e irnos cada uno por su lado?.
Una voz débil dijo desde la puerta:

—Si eso le parece posible señor, habrá que trabajar en el fortalecimiento del contrato ¿Me permiten que me presente? Pueden llamarme señor Smith.
Continuará en la Parte III
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