Millonario Instantáneo – Parte III
Una de las mejores obras relacionadas a una enseñanza sobre éxito, Millonario Instantaneo, escrita por el talentoso Mark Fisher y publicada en el año 1991, nos muestra el camino de un joven con deseos de superación en su busqueda y comprensión de alcanzar el éxito financiero deseado y convertirse en millonario en un lapso de aproximadamente 7 años. Si llegaste a este artículo directamente te recomiendo leas desde el principio en Millonario Instantáneo – Parte I; si ya leíste la Parte I y Parte II, entonces no pierdas más tiempo y continua leyendo esta interesante historia:
Millonario Instántaneo – Parte III
5. En el que, El Joven Aprende a Tener Fe.
A la mañana siguiente se sentía como si le hubiera pasado un camión por encima. Como una última ironía, la brisa que entraba por la ventana había levantado la carta infame y reunido, como por arte de magia, los dos trozos de papel al pie de la cama. Fue la primera cosa que vio cuando, por la mañana, abrió los ojos y, una vez más, se sintió invadido por la furia. Había dormido sin quitarse la ropa y ahora sus prendas estaban completamente arrugadas, pero no le dio la menor importancia. Sólo pensaba en una cosa: buscar al anciano, devolverle su secreto y conseguir que él le devolviera el cheque.
El joven se contempló en el espejo el tiempo suficiente para darse cuenta de que tenía un aspecto horrible, lo que aún aumentó más su determinación. Se pasó los dedos por los cabellos un par de veces y se dirigió a la puerta recordando, en ese instante, que durante la noche había estado cerrada con llave y que, tal vez, todavía le tuvieran prisionero. Estaba abierta. Salió furioso y se encaminó hacia el comedor.
Encontró al Millonario Instantáneo sentado tranquilamente a la mesa, vestido con las mismas prendas que llevaba el día anterior: el modo de jardinero, sencillo, limpio y, sorprendentemente, raído. Su gran sombrero puntiagudo y de alas anchas, que se parecía al de una bruja excepto que era de paja, estaba sobre la mesa delante de él. En ese momento, estaba ocupado en lanzar una moneda al aire y contar. Había llegado hasta ocho. —Nueve —murmuró, sin apartar la mirada de la moneda—. Diez.
Pero antes de pronunciar el número once, exclamó: «¡Maldición!». Levantó la cabeza mientras recogía la moneda. —Jamás he conseguido sobrepasar los diez —comentó— .Saco cruz diez veces seguidas y entonces, invariablemente, sale cara en la tirada once, a pesar de que siempre la lanzo de la misma manera. Un pensamiento cruzó como un relámpago por la mente del joven. Se dio cuenta en el acto de que la noche anterior le habían engañado por partida doble. No hubiera tenido la oportunidad de ganar la apuesta eligiera lo que eligiera. —Mi padre, que era un mago, siempre conseguía llegar a las quince —le explicó el millonario—. Yo no he heredado su talento.
El joven pidió ver la moneda. Después de que el millonario se la entregó alegremente, comenzó a tirarla sobre la mesa. Cara. Cruz. Cara. Cruz. Era obvio que no era una moneda trucada, a menos que tuviera un mecanismo secreto que se le hubiera pasado por alto. —No hubo nada deshonesto en nuestra apuesta de ayer —dijo el millonario—. Simplemente, hice una demostración de mi habilidad manejando el dinero. Además, no es la primera vez que la gente ha llegado a la misma conclusión.
Confunden habilidad con deshonestidad. El joven no supo qué responder a esta observación. Entonces, recordó el asunto que le había llevado hasta allí. Agitó la carta en el aire y la lanzó sobre la mesa. —Hizo usted una excelente faena al estafarme, señor. Consiguió con toda facilidad una buena suma: 10.000 libras por un trozo de papel en blanco. —No está en blanco. Es el secreto de la fortuna —le corrigió el millonario. El joven, que esperaba que el millonario le pidiera disculpas por este lamentable malentendido, replicó: —Bueno, tendrá que darme una explicación. ¿Me ha tomado usted por un idiota? —¿Un idiota? Desde luego que no.
A usted simplemente le falta perspicacia. Es bastante normal. Su mente todavía es joven e inmadura. —Puede que tenga usted razón, pero aún soy capaz de reconocer una hoja de papel en blanco cuando veo una, y el hecho es que usted me ha jugado una mala pasada. —No sé qué más quiere usted. Le aseguré que podría llegar a ser muy rico con sólo este trozo de papel. Eso fue todo lo que necesité yo para convertirme en el millonario instantáneo en aquel entonces, cuando… Pero, dado que no tengo mucho tiempo y pronto tendré que volverme a ocupar de mis queridas rosas, le ayudaré.
Escúcheme con atención, porque tan pronto como aplique este secreto con éxito, tendrá que explicárselo a otros. Una vez que usted se haya librado a sí mismo de los grilletes de la pobreza, tendrá que enseñar el camino a todos aquellos que todavía están atados de pies y manos. ¿Puedo pedirle que repita la promesa que me hizo ayer? No cabía la menor duda, ¡el millonario era el hombre más extraordinariamente persuasivo que había conocido en toda su vida! Tan sólo hacía unos pocos minutos, estaba dispuesto a maldecirle con toda la locuacidad que únicamente poseen los jóvenes, ¡y ahora prácticamente estaba comiendo de la palma de su mano! La idea de negarse a lo que le pedía ni siquiera se le pasó por la cabeza. Una vez más, repitió su solemne juramento.
El rostro del millonario se iluminó con una sonrisa, una sonrisa tan extraña como la que le había mostrado el día anterior cuando lo vio por primera vez. —Estoy dispuesto a revelarle a usted el secreto, dado que no ha sido capaz de descubrirlo por sí mismo. Pero debo advertirle una vez más que probablemente le parecerá demasiado fácil para ser cierto. Aun así, no permita que la simplicidad le engañe. Cada vez que comience a dudar, recuerde a Mozart. El verdadero genio reside en la simplicidad.
Dado que usted todavía es joven, tendrá dudas en los inicios. Sin embargo, con el tiempo, a medida que la riqueza se sienta atraída magnéticamente hacia usted de la forma más inesperada, comenzará a comprender. —Seré sincero con usted —dijo el joven—. Esto es exactamente lo que estaba esperando con todo mi corazón: comprender. —Pues mucho mejor. La fe sigue rápidamente a la auténtica comprensión.
Una vez que haya comprendido el secreto, entonces sabrá por qué usted cree en él. Pero, al principio, a pesar de su simplicidad, este secreto le resultará tan sorprendente que será incapaz de comprenderlo, o tan siquiera de creéserlo. Así que le ruego que haga un pequeño acto de fe. Es un poco como el escéptico que intenta relacionarse con Dios. Si Dios existe, usted lo habrá ganado todo debido a su fe. Si no existe, tampoco perderá nada. Esto mismo vale para el secreto.
6. En el que, El Joven Aprende a Concentrarse en una Meta.
Tiene toda la libertad para formularme cualquier pregunta que se le ocurra —dijo el millonario—. Será un placer para mí contestarlas. Muy pronto, usted ya no podrá hacerlo, y dado que el tiempo que nos queda para estar juntos es limitado mejor que no lo desperdiciemos en discusiones sin sentido. ¿Tiene usted un trozo de papel? —Aquí está. —¿De verdad quiere usted hacerse rico? —Pues sí. —Muy bien. Entonces, escriba la cantidad de dinero que desea y cuánto tiempo se asigna a sí mismo para conseguirla.
Este es el misterioso secreto de la fortuna. El joven pensó que, una vez más, el Millonario Instantáneo le estaba tomando el pelo. Preguntó: —¿De verdad cree usted que el dinero comenzará a lloverme del cielo sólo porque yo escriba un par de números sobre un papel? —Sí, lo creo —fue todo lo que el millonario consideró que debía decir—. Su reacción no me sorprende en lo más mínimo.
Ya le advertí que el secreto era muy simple y, sin embargo, a usted le ha sorprendido igual… Permítame que añada otro punto antes de que intente aclarar un poco más las cosas. Todos los millonarios que he conocido me han confesado que se hicieron ricos en el momento en que se fijaron una cantidad y un tiempo límite para conseguirla. —Lo lamento pero sigo sin entenderle. ¿Qué bien me puede reportar que yo escriba una cifra y una fecha? —Si usted no sabe adonde quiere ir, lo más probable es que jamás consiga llegar a ninguna parte. —Tal vez, pero esto me parece a mí un toque de magia. —Y de eso se trata exactamente: el secreto mágico de un objetivo cuantificado. Consideremos el problema desde otro ángulo. Supongamos que está usted intentando conseguir un empleo. Da todos los pasos necesarios y, finalmente, le citan para una entrevista. Poco después, le dicen que está entre los candidatos.
Luego, le anuncian que el trabajo es suyo y que ganará un montón de dinero. ¿Cuál sería su reacción? Para empezar, se sentiría muy satisfecho consigo mismo. Ser elegido entre docenas, tal vez centenares, de candidatos. ¡Qué proeza! Y dado que los empleos están más bien escasos y usted lleva tres meses sin trabajar, o tal vez ya tenga un empleo, pero desde hace un año lo aborrece, piensa que ésta ha sido una racha de buena suerte. Pero, una vez que se le ha pasado la euforia inicial, ¿cuál sería su siguiente reacción? —Bueno, me gustaría saber cuándo comenzaría en mi nuevo empleo. Después, querría saber exactamente qué querían decir con lo de «un montón de dinero». Como todas las cosas son relativas en este mundo material, trataría de descubrir exactamente el monto del salario que me iban a pagar y los beneficios que me ofrecerían. —Me ha quitado usted las palabras de la boca.Pero si, por ejemplo, usted le pregunta a su nuevo jefe qué quería decir cuando hablaba de «un montón de dinero», y todo lo que hace él es afirmar que, en efecto, usted ganará una buena cantidad, no habrá avanzado mucho más, ¿no es cierto? Y lo que es peor, usted probablemente comenzará a dudar de su honradez. El hecho de que se niegue a decir una cifra exacta significará que quizás esté ocultando algo un poco turbio en todo el asunto o que su salario no será tan generoso como le está diciendo. Y si además, rehúsa decirle la fecha exacta en que se supone que deberá comenzar a trabajar, tampoco se sentirá muy feliz, ¿no es así? Usted intentará que se defina. —Supongo que sí—asintió el joven, sin ver fallo alguno en los planteamientos del anciano. —Y si, a pesar de su insistencia, usted sigue sin conseguir los detalles que desea, entonces podría darse el caso de que decidiera no esperar más, renunciar al empleo y comenzar a buscar en otra parte.
De hecho, esa actitud estaría plenamente justificada. —Tiene usted toda la razón, ya que en ese caso, o bien me estaría tanteando o se trataría simplemente de un estafador. Tendría que admitir que, lo mirara como lo mirara, ese empleo deja mucho que desear. El millonario parecía tan satisfecho como lo hubiera estado Sócrates después de haber tenido una sesión especialmente ardua de preguntas y respuestas con sus discípulos. Hizo una pausa antes de proseguir, y sin abandonar su sonrisa un tanto burlona pero bien intencionada, dijo: —Hace unos momentos, las preguntas que le formulaba a su imaginario empleador tenían como objetivo conseguir unos datos concretos. ¿No es así? El solo hecho de saber que iba a ganar un montón de dinero no era suficiente. Usted también quería saber cuánto ganaría. Saber que había conseguido el empleo, tampoco le bastaba. Usted también quería saber la fecha exacta en que comenzaría a trabajar.
Además, probablemente usted deseaba que todo esto quedara reflejado por escrito porque un contrato da respaldo a un acuerdo verbal. Desde luego, la palabra de una persona debería ser suficiente. Pero las palabras se las lleva el viento y la letra permanece. Lo mismo ocurre en la vida. La mayoría de la gente no se da cuenta, o al menos la gente que no triunfa, que la vida nos da exactamente aquello que le pedimos. Lo primero que se debe hacer, sin embargo, es pedir exactamente lo que queremos. Si su petición es confusa, lo que reciba también lo será. Si
usted pide el mínimo, recibirá el mínimo. Y no debe sorprenderse si esto es lo que recibe. Después de todo, es lo que ha pedido.
usted pide el mínimo, recibirá el mínimo. Y no debe sorprenderse si esto es lo que recibe. Después de todo, es lo que ha pedido.
El millonario se aseguró de que el joven estuviera entendiendo el hilo de su razonamiento, antes de proseguir: —Cualquier petición que usted haga debe estar formulada de la misma manera. Sobre todo, debe ser absolutamente precisa. En lo que a la riqueza se refiere, debemos establecer una cantidad y una fecha límite para conseguirla. Pero ¿qué hace la gente normalmente? Hasta los que quieren dinero en abundancia cometen el mismo error.
Si quiere una prueba de ello, pregúntele a cualquiera qué cantidad de dinero desea ganar el año próximo. Pídale que responda de inmediato. Si esta persona está realmente en el camino del éxito, si sabe adonde va, y no le importa confiar en usted, estará en condiciones de responderle de inmediato. Sin embargo, nueve de cada diez personas serán incapaces de contestar con claridad a una pregunta tan simple. Este es el error más común. La vida quiere saber exactamente qué se espera de ella. Si usted no pide nada, tampoco conseguirá nada. —Ahora hagamos esta misma prueba con usted —continuó el anciano—. Me ha dicho que quiere hacerse rico. —Así es. —¿Podría decirme entonces cuánto desearía ganar el año próximo? El joven descubrió, de repente, que no sabía qué contestar. No había tenido problemas en seguir los razonamientos del anciano. De hecho, estaba de acuerdo con él de todo corazón. Pero,
aun así, tenía que admitir que pertenecía a esa inmensa mayoría de personas que, aunque deseaban hacerse ricas, no sabían, en realidad, cuánto deseaban ganar. Se sintió avergonzado y enrojeció. —No lo sé —se vio forzado a admitir—.
aun así, tenía que admitir que pertenecía a esa inmensa mayoría de personas que, aunque deseaban hacerse ricas, no sabían, en realidad, cuánto deseaban ganar. Se sintió avergonzado y enrojeció. —No lo sé —se vio forzado a admitir—.
Pero creo que acabo de comprender uno de mis errores, tal vez el error fundamental. —Por supuesto que es un error grave. Intentaremos corregirlo. Vamos. Escriba la cantidad en la que ha pensado. —De verdad que no tengo ni la menor idea —murmuró el joven. —Y, sin embargo, es tan fácil. Escriba la cantidad que le gustaría ganar a partir de hoy hasta la misma fecha del año que viene. Ya sé qué haremos. Tómese unos minutos para pensarlo, pero después tendrá que escribir una cantidad.
En cuanto a la fecha límite, digamos un año a partir de ahora. Así que en lo único que debe pensar es en la cantidad. ¡Adelante, el tiempo vuela! Mientras decía estas palabras, cogió el dorado reloj de arena que estaba sobre la mesa y le dio la vuelta. El joven no tardó nada en meterse en el juego, si se lo podía llamar así, dado que esa era la primera vez que se concentraba tanto en toda su vida. Todo tipo de cifras absurdas le pasaron de manera incontrolada por la cabeza. El tiempo se acababa, y cuando cayó el último grano de arena todavía no se había decidido por ninguna cifra. —Bien —dijo el millonario, que no había apartado su mirada del reloj de arena ni un instante—. ¿Cuál es la cifra que ha pensado? El joven escribió la que le pareció qué estaba más a su alcance. Con dedos temblorosos anotó cada uno de los números. —¡30.000 libras! —Exclamó el millonario—.
Es muy poco, pero, de todas maneras, es un comienzo. Hubiera preferido que fueran 300.000 libras. Tendrá que trabajar mucho para llegar a convertirse en un millonario instantáneo. Pero ya lo verá. Este trabajo no es tan cansado como la mayoría de la gente se lo imagina. Sin embargo, será el más importante que haya hecho nunca, no importa la clase de ocupación que acabe escogiendo. Se llama trabajar sobre uno mismo.
Continuará en la Parte IV
“Para las cosas grandes y arduas
se necesitan combinación sosegada,
voluntad decidida, acción vigorosa,
cabeza de hielo, corazón de fuego y mano de hierro.”
- Jaime Balmes
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