Millonario Instantáneo – Parte III

17:55 Publicado por Luis Alberto

 
Una de las mejores obras relacionadas a una enseñanza sobre éxito, Millonario Instantaneo, escrita por el talentoso Mark Fisher y publicada en el año 1991, nos muestra el camino de un joven con deseos de superación en su busqueda y comprensión de alcanzar el éxito financiero deseado y convertirse en millonario en un lapso de aproximadamente 7 años. Si llegaste a este artículo directamente te recomiendo leas desde el principio en Millonario Instantáneo – Parte I; si ya leíste la Parte I y Parte II, entonces no pierdas más tiempo y continua leyendo esta interesante historia:

Millonario Instántaneo – Parte III

5. En el que, El Joven Aprende a Tener Fe.

A la mañana siguiente se sentía como si le hubiera pasado un camión por encima. Como una última  ironía,  la brisa que entraba por  la ventana había  levantado  la carta  infame y reunido,  como  por  arte  de  magia,  los  dos  trozos  de  papel  al  pie  de  la  cama.  Fue  la primera  cosa  que  vio  cuando,  por  la mañana,  abrió  los  ojos  y,  una  vez más,  se  sintió invadido  por  la  furia. Había  dormido  sin  quitarse  la  ropa  y  ahora  sus  prendas  estaban completamente  arrugadas,  pero  no  le  dio  la menor  importancia.  Sólo  pensaba  en  una cosa: buscar al anciano, devolverle su secreto y conseguir que él le devolviera el cheque.
El joven se contempló en el espejo el tiempo suficiente para darse cuenta de que tenía un aspecto horrible, lo que aún aumentó más su determinación.  Se pasó los dedos por los cabellos un par de veces y se dirigió a la puerta recordando, en ese instante, que durante la noche había estado cerrada con llave y que, tal vez, todavía le  tuvieran  prisionero.  Estaba  abierta.  Salió  furioso  y  se  encaminó  hacia  el  comedor.
Encontró  al  Millonario  Instantáneo  sentado  tranquilamente  a  la  mesa,  vestido  con  las mismas  prendas  que  llevaba  el  día  anterior:  el  modo  de  jardinero,  sencillo,  limpio  y, sorprendentemente,  raído.  Su  gran  sombrero  puntiagudo  y  de  alas  anchas,  que  se parecía al de una bruja excepto que era de paja, estaba sobre la mesa delante de él. En ese momento,  estaba  ocupado  en  lanzar  una moneda  al  aire  y  contar.  Había  llegado hasta ocho. —Nueve —murmuró, sin apartar la mirada de la moneda—. Diez.
Pero  antes  de  pronunciar  el  número  once,  exclamó:  «¡Maldición!».  Levantó  la  cabeza mientras  recogía  la moneda. —Jamás he  conseguido  sobrepasar  los diez —comentó— .Saco cruz diez veces seguidas y entonces, invariablemente, sale cara en la tirada once, a pesar de que siempre  la  lanzo de  la misma manera. Un pensamiento cruzó como un relámpago por  la mente del  joven. Se dio cuenta en el acto de que  la noche anterior  le habían engañado por partida doble. No hubiera tenido la oportunidad de ganar la apuesta eligiera  lo  que  eligiera. —Mi  padre,  que  era  un mago,  siempre  conseguía  llegar  a  las quince —le explicó el millonario—. Yo no he heredado su talento.

El  joven pidió  ver  la moneda. Después de que el millonario  se  la entregó alegremente, comenzó  a  tirarla  sobre  la  mesa.  Cara.  Cruz.  Cara.  Cruz.  Era  obvio  que  no  era  una moneda  trucada, a menos que  tuviera un mecanismo secreto que se  le hubiera pasado por alto. —No hubo nada deshonesto en nuestra apuesta de ayer —dijo el millonario—. Simplemente, hice una demostración de mi habilidad manejando el dinero. Además, no es la primera vez que la gente ha llegado a la misma conclusión.
Confunden  habilidad  con  deshonestidad.  El  joven  no  supo  qué  responder  a  esta observación. Entonces, recordó el asunto que le había llevado hasta allí. Agitó la carta en el aire y  la  lanzó sobre  la mesa. —Hizo usted una excelente  faena al estafarme, señor. Consiguió  con  toda  facilidad  una  buena  suma:  10.000  libras  por  un  trozo  de  papel  en blanco. —No  está  en  blanco.  Es  el  secreto  de  la  fortuna —le  corrigió  el millonario.  El joven,  que  esperaba  que  el  millonario  le  pidiera  disculpas  por  este  lamentable malentendido, replicó: —Bueno, tendrá que darme una explicación. ¿Me ha tomado usted por un idiota? —¿Un idiota? Desde luego que no.

A usted simplemente le falta perspicacia. Es bastante normal. Su mente todavía es joven e inmadura. —Puede que tenga usted razón, pero aún soy capaz de reconocer una hoja de papel en blanco  cuando  veo una,  y el hecho es que usted me ha  jugado una mala pasada. —No sé qué más quiere usted. Le aseguré que podría llegar a ser muy rico con sólo este trozo de papel. Eso fue todo lo que necesité yo para convertirme en el millonario instantáneo  en  aquel  entonces,  cuando…  Pero,  dado  que  no  tengo  mucho  tiempo  y pronto tendré que volverme a ocupar de mis queridas rosas, le ayudaré.
Escúcheme con atención, porque tan pronto como aplique este secreto con éxito, tendrá que explicárselo a otros. Una vez que usted se haya librado a sí mismo de los grilletes de la pobreza,  tendrá que enseñar el camino a  todos aquellos que  todavía están atados de pies  y manos.  ¿Puedo  pedirle  que  repita  la  promesa  que me  hizo  ayer?  No  cabía  la menor duda, ¡el millonario era el hombre más extraordinariamente persuasivo que había conocido  en  toda  su  vida!  Tan  sólo  hacía  unos  pocos  minutos,  estaba  dispuesto  a maldecirle  con  toda  la  locuacidad  que  únicamente  poseen  los  jóvenes,  ¡y  ahora prácticamente estaba comiendo de la palma de su mano! La idea de negarse a lo que le pedía ni siquiera se le pasó por la cabeza. Una vez más, repitió su solemne juramento.

El rostro del millonario se iluminó con una sonrisa, una sonrisa tan extraña como la que le había  mostrado  el  día  anterior  cuando  lo  vio  por  primera  vez.  —Estoy  dispuesto  a revelarle a usted el secreto, dado que no ha sido capaz de descubrirlo por sí mismo. Pero debo  advertirle  una  vez más  que  probablemente  le  parecerá  demasiado  fácil  para  ser cierto. Aun así, no permita que la simplicidad le engañe. Cada vez que comience a dudar, recuerde a Mozart. El verdadero genio reside en la simplicidad.
Dado  que  usted  todavía  es  joven,  tendrá  dudas  en  los  inicios.  Sin  embargo,  con  el tiempo,  a medida  que  la  riqueza  se  sienta  atraída magnéticamente  hacia  usted  de  la forma  más  inesperada,  comenzará  a  comprender. —Seré  sincero  con  usted —dijo  el joven—.  Esto  es  exactamente  lo  que  estaba  esperando  con  todo  mi  corazón: comprender. —Pues mucho mejor. La  fe sigue  rápidamente a  la auténtica comprensión.
Una  vez  que  haya  comprendido  el  secreto,  entonces  sabrá  por  qué  usted  cree  en  él. Pero, al principio, a pesar de  su  simplicidad, este  secreto  le  resultará  tan  sorprendente que será incapaz de comprenderlo, o tan siquiera de creéserlo. Así que  le  ruego que haga un pequeño acto de  fe. Es un poco  como el escéptico que intenta relacionarse con Dios. Si Dios existe, usted lo habrá ganado todo debido a su fe. Si no existe, tampoco perderá nada. Esto mismo vale para el secreto.

6. En el que, El Joven Aprende a Concentrarse en una Meta.
Tiene  toda  la  libertad  para  formularme  cualquier  pregunta  que  se  le  ocurra —dijo  el millonario—. Será un placer para mí contestarlas. Muy pronto, usted ya no podrá hacerlo, y  dado  que  el  tiempo  que  nos  queda  para  estar  juntos  es  limitado  mejor  que  no  lo desperdiciemos en discusiones sin sentido. ¿Tiene usted un trozo de papel? —Aquí está. —¿De  verdad  quiere  usted  hacerse  rico? —Pues  sí. —Muy  bien. Entonces,  escriba  la cantidad de dinero que desea  y  cuánto  tiempo  se asigna a  sí mismo para  conseguirla.
Este es el misterioso secreto de la fortuna. El joven pensó que, una vez más, el Millonario Instantáneo le estaba tomando el pelo. Preguntó: —¿De verdad cree usted que el dinero comenzará  a  lloverme  del  cielo  sólo  porque  yo  escriba  un  par  de  números  sobre  un papel? —Sí,  lo  creo —fue  todo  lo  que  el  millonario  consideró  que  debía  decir—.  Su reacción no me sorprende en lo más mínimo.
Ya  le advertí que el  secreto era muy  simple  y,  sin embargo, a usted  le ha  sorprendido igual… Permítame que añada otro punto antes de que  intente aclarar un poco más  las cosas. Todos los millonarios que he conocido me han confesado que se hicieron ricos en el momento  en  que  se  fijaron  una  cantidad  y  un  tiempo  límite  para  conseguirla. —Lo lamento pero sigo sin entenderle. ¿Qué bien me puede reportar que yo escriba una cifra y una  fecha? —Si usted no sabe adonde quiere  ir,  lo más probable es que  jamás consiga llegar a ninguna parte. —Tal vez, pero esto me parece a mí un  toque de magia. —Y de eso se trata exactamente: el secreto mágico de un objetivo cuantificado. Consideremos el problema  desde  otro  ángulo.  Supongamos  que  está  usted  intentando  conseguir  un empleo. Da  todos  los pasos necesarios y,  finalmente,  le citan para una entrevista. Poco después, le dicen que está entre los candidatos.
Luego, le anuncian que el trabajo es suyo y que ganará un montón de dinero. ¿Cuál sería su reacción? Para empezar, se sentiría muy satisfecho consigo mismo. Ser elegido entre docenas, tal vez centenares, de candidatos. ¡Qué proeza! Y dado que los empleos están más bien escasos  y usted  lleva  tres meses  sin  trabajar, o  tal  vez  ya  tenga un empleo, pero desde hace un año lo aborrece, piensa que ésta ha sido una racha de buena suerte. Pero, una vez que se le ha pasado la euforia inicial, ¿cuál sería su siguiente reacción? —Bueno, me  gustaría  saber  cuándo  comenzaría  en mi  nuevo  empleo. Después,  querría saber exactamente qué querían decir con lo de «un montón de dinero».  Como  todas  las  cosas  son  relativas  en  este  mundo  material,  trataría  de  descubrir exactamente el monto del salario que me iban a pagar y los beneficios que me ofrecerían. —Me ha quitado usted las palabras de la boca.
Pero si, por ejemplo, usted le pregunta a su nuevo jefe qué quería decir cuando hablaba de «un montón de dinero», y todo lo que hace él es afirmar que, en efecto, usted ganará una buena  cantidad, no habrá avanzado mucho más, ¿no es  cierto? Y  lo que es peor, usted probablemente comenzará a dudar de su honradez. El hecho de que se niegue a decir una cifra exacta significará que quizás esté ocultando algo un poco turbio en todo el asunto o que su salario no será tan generoso como le está diciendo. Y si además, rehúsa decirle  la  fecha exacta en que se supone que deberá comenzar a  trabajar,  tampoco se sentirá muy feliz, ¿no es así? Usted intentará que se defina. —Supongo que sí—asintió el joven,  sin  ver  fallo  alguno  en  los  planteamientos  del  anciano. —Y  si,  a  pesar  de  su insistencia, usted  sigue  sin  conseguir  los  detalles  que  desea,  entonces  podría  darse  el caso de que decidiera no esperar más, renunciar al empleo y comenzar a buscar en otra parte.

De hecho, esa actitud estaría plenamente justificada. —Tiene usted toda la razón, ya que en  ese  caso,  o  bien me  estaría  tanteando  o  se  trataría  simplemente  de  un  estafador. Tendría que admitir que, lo mirara como lo mirara, ese empleo deja mucho que desear. El millonario  parecía  tan  satisfecho  como  lo  hubiera  estado  Sócrates  después  de  haber tenido  una  sesión  especialmente  ardua  de  preguntas  y  respuestas  con  sus  discípulos. Hizo una pausa antes de proseguir, y sin abandonar su sonrisa un tanto burlona pero bien intencionada,  dijo:  —Hace  unos  momentos,  las  preguntas  que  le  formulaba  a  su imaginario empleador tenían como objetivo conseguir unos datos concretos. ¿No es así? El  solo  hecho  de  saber  que  iba  a  ganar  un montón  de  dinero  no  era  suficiente. Usted también quería saber cuánto ganaría. Saber que había conseguido el empleo, tampoco le bastaba.  Usted  también  quería  saber  la  fecha  exacta  en  que  comenzaría  a  trabajar.
Además,  probablemente  usted  deseaba  que  todo  esto  quedara  reflejado  por  escrito porque un contrato da respaldo a un acuerdo verbal.  Desde  luego,  la palabra de una persona debería ser suficiente. Pero  las palabras se  las lleva el viento y  la  letra permanece. Lo mismo ocurre en  la vida. La mayoría de  la gente no  se  da  cuenta,  o  al menos  la  gente  que  no  triunfa,  que  la  vida  nos  da  exactamente aquello  que  le  pedimos.  Lo  primero  que  se  debe  hacer,  sin  embargo,  es  pedir exactamente lo que queremos. Si su petición es confusa, lo que reciba también lo será. Si
usted pide el mínimo, recibirá el mínimo. Y no debe sorprenderse si esto es lo que recibe. Después de todo, es lo que ha pedido.

El  millonario  se  aseguró  de  que  el  joven  estuviera  entendiendo  el  hilo  de  su razonamiento,  antes  de  proseguir:  —Cualquier  petición  que  usted  haga  debe  estar formulada de la misma manera. Sobre todo, debe ser absolutamente precisa. En lo que a la  riqueza  se  refiere,  debemos  establecer  una  cantidad  y  una  fecha  límite  para conseguirla.  Pero  ¿qué  hace  la  gente  normalmente?  Hasta  los  que  quieren  dinero  en abundancia cometen el mismo error.
Si quiere una prueba de ello, pregúntele a cualquiera qué cantidad de dinero desea ganar el año próximo. Pídale que responda de inmediato. Si esta persona está realmente en el camino  del  éxito,  si  sabe  adonde  va,  y  no  le  importa  confiar  en  usted,  estará  en condiciones  de  responderle  de  inmediato.  Sin  embargo,  nueve  de  cada  diez  personas serán  incapaces  de  contestar  con  claridad  a  una  pregunta  tan  simple. Este  es  el  error más común. La vida quiere saber exactamente qué se espera de ella.  Si usted no pide nada,  tampoco conseguirá nada. —Ahora hagamos esta misma prueba con  usted —continuó  el  anciano—. Me  ha  dicho  que  quiere  hacerse  rico. —Así  es. —¿Podría decirme entonces cuánto desearía ganar el año próximo? El joven descubrió, de repente,  que  no  sabía  qué  contestar.  No  había  tenido  problemas  en  seguir  los razonamientos del anciano. De hecho, estaba de acuerdo con él de  todo corazón. Pero,
aun  así,  tenía  que  admitir  que  pertenecía  a  esa  inmensa  mayoría  de  personas  que, aunque  deseaban  hacerse  ricas,  no  sabían,  en  realidad,  cuánto  deseaban  ganar.  Se sintió avergonzado y enrojeció. —No lo sé —se vio forzado a admitir—.

Pero creo que acabo de comprender uno de mis errores, tal vez el error fundamental. —Por supuesto que es un error grave. Intentaremos corregirlo. Vamos. Escriba la cantidad en la que ha pensado. —De verdad que no tengo ni la menor idea —murmuró el joven. —Y,  sin  embargo,  es  tan  fácil. Escriba  la  cantidad  que  le  gustaría  ganar  a  partir  de  hoy hasta la misma fecha del año que viene. Ya sé qué haremos. Tómese unos minutos para pensarlo, pero después tendrá que escribir una cantidad.
En cuanto a  la  fecha  límite, digamos un año a partir de ahora. Así que en  lo único que debe pensar es en la cantidad. ¡Adelante, el tiempo vuela! Mientras decía estas palabras, cogió el dorado  reloj de arena que estaba sobre  la mesa y  le dio  la vuelta. El  joven no tardó nada en meterse en el juego, si se lo podía llamar así, dado que esa era la primera vez que se concentraba tanto en toda su vida.  Todo tipo de cifras absurdas le pasaron de manera incontrolada por la cabeza. El tiempo se acababa,  y  cuando  cayó el último grano de arena  todavía no  se había decidido por ninguna  cifra. —Bien —dijo el millonario, que no había apartado  su mirada del  reloj de arena  ni  un  instante—.  ¿Cuál  es  la  cifra  que  ha  pensado?  El  joven  escribió  la  que  le pareció  qué  estaba más  a  su  alcance. Con  dedos  temblorosos  anotó  cada  uno  de  los números. —¡30.000 libras! —Exclamó el millonario—.
Es muy  poco,  pero,  de  todas maneras,  es  un  comienzo. Hubiera  preferido  que  fueran 300.000  libras.  Tendrá  que  trabajar  mucho  para  llegar  a  convertirse  en  un  millonario instantáneo. Pero ya lo verá. Este trabajo no es tan cansado como la mayoría de la gente se lo imagina. Sin embargo, será el más importante que haya hecho nunca, no importa la clase de ocupación que acabe escogiendo. Se llama trabajar sobre uno mismo. 
Continuará en la Parte IV


“Para las cosas grandes y arduas
se necesitan combinación sosegada,
voluntad decidida, acción vigorosa,
cabeza de hielo, corazón de fuego y mano de hierro.”
- Jaime Balmes
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