Millonario Instantáneo – Parte II

12:26 Publicado por Luis Alberto

 
Una de las mejores obras relacionadas a una enseñanza sobre éxito, Millonario Instantaneo, escrita por el talentoso Mark Fisher y publicada en el año 1991, nos muestra el camino de un joven con deseos de superación en su busqueda y comprensión de alcanzar el éxito financiero deseado y logra convertirse en millonario en un lapso de aproximadamente 7 años. Si llegaste a este artículo directamente te ecomiendo leas desde el principio en Millonario Instantáneo – Parte I, si ya leíste la primera parte, entonces no pierdas más tiempo y continua leyendo esta interesante historia:

Millonario Instántaneo – Parte II

3. En el que, El Joven Aprende a Valorar las Oportunidades y, a Correr Riesgos

Ahora, después de  todo  lo que ha escuchado, ¿cuánto dinero estaría usted dispuesto a pagar para  conseguir  el  secreto  de  la  riqueza?  La  pregunta  del millonario  le  pilló  por sorpresa. Pero respondió: —Aun en el caso de que yo estuviera dispuesto a pagar para conseguirlo,  no  tengo  ni  un  penique.  Por  lo  tanto,  lo  que  usted  me  formula  es  una pregunta  muy  difícil  de  responder. —Pero,  si  usted  tuviera  el  dinero,  ¿cuánto  estaría dispuesto a pagar? —Insistió el millonario  y, después, añadió  rápidamente—: Diga una cifra, la primera que le venga a la cabeza. Ahora tenía incluso más excusas para evadir la pregunta.
El millonario  le estaba pidiendo una  respuesta muy  concreta  y él no podía  fallarle a  su anfitrión. —No lo sé —contestó—. ¿Cien libras…? El millonario estalló en carcajadas; era la primera vez que el joven le oía reír. Una risa muy particular, clara y cristalina. —¿Sólo cien  libras? En realidad no cree que exista, ¿verdad? Si  lo creyera, no hay duda de que estaría  dispuesto  a  pagar mucho más. Vamos,  le  daré  una  segunda  oportunidad. Diga otra cifra; esto no es un juego sino un asunto muy serio.
El  joven comenzó a pensar. Haría cualquier cosa en el mundo para que el millonario no se volviera a reír. Pero tampoco quería mencionar una cifra que le pudiera comprometer. —No me  importa  participar  en  este  juego —dijo—.  Pero  recuerde  que  no  tengo  ni  un penique. —No se preocupe. —Pero sin dinero, tengo las manos atadas —replicó el joven, un  tanto  sorprendido. —¡Vaya  por Dios! —Exclamó  el millonario—.  ¡Tenemos  un  largo camino por delante! Desde  los  tiempos más  remotos,  los  ricos han estado utilizando el dinero de los demás para amasar sus fortunas.
Nadie que se  tome esto en serio ha necesitado  jamás del dinero para hacer dinero. Me refiero al dinero propio. Además, usted debe  llevar encima su  talonario de cheques… Al joven  le  habría  gustado  poderle  responder  que  no.  Sin  embargo,  por  esas  ironías  del destino, aquella misma mañana se había metido el talonario de cheques en el bolsillo. Y no  sabía  por  qué,  ya  que  tenía  exactamente  2,28  libras  en  la  cuenta.  Y  eso  no  era suficiente para permitirse despilfarres.
El joven no se lo hubiera pensado dos veces antes de responder con una mentira, pero el millonario  tenía  una mirada muy  penetrante,  en  apariencia  capaz  de  escrutar  hasta  el último rincón de su mente. Entonces, casi como si estuviera confesando uno de sus más íntimos y terribles secretos, se oyó a sí mismo responder tartamudeando: —Sí, sí que lo he traído. En este momento, se descubrió a sí mismo sacando el talonario de su bolsillo, de  la misma manera en que  lo hubiera hecho un  robot obedeciendo  las órdenes de su amo, a pesar de que, por un momento, le atravesó por la mente la idea de rebelarse. Se sentía dominado por aquel hombre, como alguien que hubiera caído en las manos de un hipnotizador.
Sin  embargo,  no  tenía miedo  del millonario,  que  irradiaba  buena  voluntad,  aunque  sus maneras  eran  un  tanto  irónicas. —Excelente —replicó  el millonario—.  ¿Ahora  ya  está convencido de que no hay problema alguno? Le quitó el capuchón a una elegante pluma y se la entregó al joven. —Escriba la cantidad que ha pensado y firme el cheque. —Pero es que no sé qué cantidad escribir. —Está bien. Escriba, digamos unas… 10.000 libras. El millonario pronunció esta cifra con toda tranquilidad, sin la menor señal de arrogancia. El joven, en cambio, casi se cayó de espaldas de la impresión.
Aquí  no  cabía  más  que  una  sola  explicación:  el  millonario  se  estaba  divirtiendo  a  su costa…  a menos  que  sólo  fuera  un  brillante  estafador. —¡Diez mil  libras! —Exclamó  el joven—. Usted debe de estar de guasa. —Si lo prefiere, escriba 20.000 libras —replicó el millonario, con tanta calma que el joven ya no supo si le hablaba en serio o si se estaba burlando de él. —¡Pero si las 10.000 libras ya me parecen demasiado!  De  todas maneras,  usted  no  podría  cobrar  el  cheque  porque  no  hay  fondos. Y, por mi parte,  lo  único  que  conseguiría  es  que  el  director  del  banco  se  enfadara  conmigo pensando  que me  he  vuelto  loco  o  algo  parecido.  ¡Y  tendría  toda  la  razón! —Esta  es exactamente  la manera en que conseguí hacer el negocio más grande de  toda mi vida.Firmé  un  cheque  por  100.000  libras  y  después  tuve  que  echar  a  correr  como  un desaforado para conseguir el dinero con que cubrirlo.
Pero, si no hubiera extendido ese cheque en aquel  lugar y en aquel momento, hubiera perdido  una  excelente  oportunidad.  Aquella  fue  una  de  mis  primeras  lecciones importantes  en  cuestiones  de  negocios  —prosiguió  el  anciano—.  Las  personas  que pierden  el  tiempo  esperando  las  condiciones  perfectas  para  que  todo  encaje,  jamás consiguen hacer nada.  ¡El momento  ideal para  la acción es AHORA! Y otra  lección que esta pequeña anécdota le puede enseñar es ésta: si usted quiere triunfar en la vida, tiene que estar bien seguro de que no tiene más alternativas.
Tiene  que  sentir  que  está  contra  las  cuerdas.  Las  personas  que  vacilan  y  se  niegan  a correr  riesgos con el pretexto de que no  tienen  todos  los elementos en su mano,  jamás llegan a ninguna parte. La razón es simple. Cuando te han cerrado todas las puertas y no tienes  salida,  debes  poner  en  juego  todos  tus  recursos  interiores.  Y,  en  este  punto, quieres que algo suceda con todas las fibras de tu corazón. ¿Así que por qué duda ahora, joven? Póngase contra las cuerdas y extienda este cheque de 10.000 libras para mí.
El  joven  así  lo  hizo;  escribió  lentamente  primero  las  cifras  y  luego  las  palabras.  Pero, cuando  llegó  el  momento  de  firmarlo,  descubrió  que  no  lo  podía  hacer.—Nunca  he extendido un cheque por semejante suma en  toda mi vida.—Si usted quiere convertirse en millonario, algún día tendrá que empezar a hacerlo. Tiene que acostumbrarse a firmar cheques por sumas mucho más grandes que ésta. Esto es sólo el comienzo. Aun así, el joven siguió sin poder firmarlo en ese preciso momento.
Todo ocurría tan deprisa. Estaba a punto de entregarle un cheque por 10.000 libras a un hombre  al  que  acababa  de  conocer  y  que  le  ofrecía  a  cambio  un  secreto  más  que dudoso.—¿Qué es  lo que  le  impide  firmar? —Preguntó el millonario—. Todo es  relativo bajo  el  sol.  En menos  de  nada,  esta  cantidad  le  parecerá  irrisoria.—No  se  trata  de  la cantidad —susurró  el  joven  que,  a  esas  alturas,  a  duras  penas  sabía  lo  que  decía.—Bueno, entonces, ¿de qué  se  trata? El  joven estaba a punto de  responderle  cuando el millonario le interrumpió:—Yo sé por qué no puede firmarlo.
En  realidad, usted no cree que mi secreto  le convertirá en millonario. Si usted estuviera absolutamente  convencido  firmaría  enseguida.  Y  para  asegurarse  de  que  podía convencerle, o mejor dicho, para  ilustrar  sus palabras  con mayor  claridad, el millonario añadió:—Si  usted  realmente  estuviera  seguro  de  que  este  secreto  le  ayudará  a  ganar 50.000 libras en menos de un año, sin tener que trabajar más de lo que trabaja ahora, e incluso trabajando menos, ¿firmaría el cheque? —Pues claro que lo firmaría —manifestó el joven, al no quedarle otra opción—.
Tendría  una  ganancia  de  40.000  libras.  —Pues  entonces,  fírmelo.  Yo  le  garantizo formalmente que usted podrá ganar dicha cantidad. —¿Estaría usted dispuesto a ponerlo por  escrito? Una  vez más,  el millonario  se  echó  a  reír  y  exclamó: —Me  agrada  usted, joven.  Está  dispuesto  a  cubrirse  las  espaldas.  A  menudo,  esta  es  una  medida  muy prudente. A pesar de que le esté asegurando totalmente sus recursos, usted no se fía de la primera persona que se le cruza por el camino. Luego, se puso de pie, rebuscó en uno de  los cajones del escritorio y sacó un  formulario  impreso que, a buen seguro, ya había utilizado en ocasiones similares.
Esto  no  le  sentó  bien  al  joven.  ¿Acaso  aquel  anciano  había  hecho  de  su  secreto  un negocio? ¿Se lo estaría vendiendo a cualquiera que se presentara a la puerta de su casa pretendiendo ganar dinero a espuertas? El millonario escribió  la garantía y se  la entregó al joven. Éste le echó una rápida ojeada y, al parecer, quedó satisfecho con lo que había leído. Entonces, el anciano cambió de opinión. —Se me ocurre otra  idea —dijo—. ¿Qué le parece si hacemos una apuesta? Sacó una moneda del bolsillo y comenzó a arrojarla al aire para recogerla con  la palma de  la mano. —Juguemos a cara o cruz. Si pierdo,  le daré las 10.000 libras en efectivo que tengo en el bolsillo.
Si gano, usted me dará el cheque. En cualquier caso, nos olvidaremos de la garantía. El joven se  tomó su  tiempo para pensarse una proposición  tan poco corriente. No era una mala  idea. De  hecho,  resultaba  tan  atractiva  que  se  preguntó  cuál  sería  el motivo  que tenía el anciano para proponerla. Le parecía demasiado buena para ser honesta.  —El  único  problema —dijo—  es  lo  que  ya  le  he  dicho  antes.  En  el  banco  sólo  tengo calderilla. Si le diera este cheque, usted no podría cobrarlo. —Eso no es un problema —afirmó el millonario—. No tengo prisa. Estoy dispuesto a esperar hasta la próxima vez que nos  veamos.  ¿Por  qué  no  le  pone  fecha  de  aquí  a  un  año? —Está  bien.  Bajo  estas condiciones, acepto  la apuesta. Ahora, había  llegado a  la conclusión de que, en el peor de los casos, tendría todo un año por delante para cambiar de banco, cerrar su cuenta o, simplemente, ordenar que no pagaran el cheque.
Tendría que haberlo pensado antes. No tenía nada que perder. Y, con esta nueva oferta del millonario, hasta podría  llegar a ganar 10.000  libras en unos  segundos,  sin  trabajar para conseguirlas. No pudo evitar la sonrisa de satisfacción que pasó fugazmente por sus labios. Se sintió culpable, y deseó que el millonario no se hubiera dado cuenta, aunque parecía un personaje al que no  se  le escapa nada. En aquel preciso momento, éste  le pidió una pequeña aclaración que  confirmó, en el acto,  las dudas del  joven. —Sólo un pequeño  detalle.  En  el  caso  de  que  usted  pierda  la  apuesta,  me  gustaría  que  jurara solemnemente que hará honor a este cheque.
El  joven se sonrojó. Este viejo es más astuto que un zorro, pensó. El millonario parecía leer sus pensamientos como si fueran un libro abierto. El joven le dio su palabra, aunque en  el  momento  en  que  el  millonario  se  disponía  a  arrojar  la  moneda,  le  interrumpió bruscamente:  —¿Me  permite  ver  la  moneda?  —le  preguntó.  El  millonario  sonrió  y respondió: —Ya  no me  cabe  ninguna  duda. En  realidad,  joven,  usted me  cae  bien. Es cauto. Esto  le ayudará a evitar muchos errores. Pero asegúrese de que esto no  le haga perder un montón de buenas oportunidades.
Entonces  el millonario  le  entregó  amablemente  la moneda,  y  tan  pronto  como  el  joven hubo examinado con todo cuidado ambas caras, le pidió que escogiera. —Cruz —pidió el joven. El Millonario Instantáneo arrojó la moneda al aire. ¡El corazón del joven comenzó a latir a toda prisa! Era la primera vez en su vida que tenía la oportunidad de ganar 10.000 libras,  ¡una  cantidad  nada  despreciable  por  cierto! Y mientras miraba  cómo  la moneda daba vueltas en el aire, su ansiedad  fue en aumento. La moneda rodó sobre  la mesa y, por  fin,  se  quedó  quieta.—¡Cara! —Anunció  el millonario,  alegre,  aunque  de  inmediato agregó con simpatía—: Lo siento. Era difícil saber si  lo decía con sinceridad o por pura cortesía. El joven decidió entonces firmar el cheque.
Pero aun así no pudo dejar de temblar un poco mientras lo hacía. Probablemente, llegaría el día en el que estaría acostumbrado a  firmar cheques  tan grandes como ése, pero, de momento, se sentía bastante  raro. Le entregó el cheque al millonario, quien  lo examinó rápidamente,  para  después  doblarlo  y  guardárselo  en  el  bolsillo.—Y  ahora  —dijo  el joven—, ¿puedo saber el secreto?—Desde  luego —replicó el millonario—. ¿Tiene usted un trozo de papel? Se lo daré por escrito. Así no se le olvidará. Al joven le costó trabajo digerir estas palabras. Aquel hombre no pretendería decirle que todo el secreto cabía en una  sola  hoja  de  papel,  ¡un  secreto  que  acababa  de  comprar  por  10.000  libras!—Lo siento. No llevo ninguna encima.
Entonces el millonario hizo que el corazón  le diera otra vez un vuelco al preguntarle:—Pero ¿no traía usted una carta de presentación? Las personas que me ha enviado su tío a  lo  largo de  los años  siempre han  venido  con una de esas  cartas. El  joven  todavía  la conservaba. La sacó de su bolsillo, pensando que al anciano no se  le pasaba nada por alto.  Se  la  entregó,  sin  dejar  de  observarle  mientras  la  abría.  Pero  él  no  pareció sorprenderse lo más mínimo cuando vio que estaba en blanco.
Tomó  su  pluma,  se  apoyó  sobre  la  mesa  y  antes  de  comenzar  a  escribir,  levantó  la cabeza y le pidió al joven que fuera a buscar al mayordomo. —Le encontrará usted en la cocina, al final del pasillo que está allí —le dijo. Cuando el joven regresó en compañía del mayordomo, el millonario ya estaba cerrando el sobre. Por su sonrisa, parecía estar muy satisfecho  consigo mismo. —Nuestro  joven  invitado  pasará  la  noche  con  nosotros —le dijo  al  mayordomo—.  ¿Podría  acompañarle  a  su  habitación,  por  favor? —Después  le estrechó  la  mano  como  si  estuviera  cerrando  uno  de  los  tratos  más  importantes  que hubiera hecho en toda su vida—•.
Lo único que quiero pedirle es que espere hasta estar a solas en su habitación para abrir el sobre y leer el secreto… Ah, y otra cosa más. Antes de que pueda usted leer lo que he escrito, tiene que prometerme que dedicará parte de su vida a compartir este secreto con otras personas menos afortunadas que usted. Si está de acuerdo, usted será el último a quien  le  transmitiré  el  secreto  directamente.  Así mi  trabajo  se  habrá  acabado  y  podré dedicarme  a  cuidar mis  rosas  en  un  jardín mucho más  grande. Si  no  está  dispuesto  a compartir este secreto —dijo, por último-todavía está a tiempo de echarse atrás.
Pero en ese caso por supuesto, no debería abrir el sobre, y yo  le devolveré el cheque. Podrá marcharse a su casa en cuanto lo desee y continuar con el tipo de vida que estaba llevando hasta este mismo momento. Ahora que, por fin, tenía en sus manos la carta que contenía  el  famoso  secreto,  no  habría  fuerza  suficiente  en  el mundo  que  se  la  hiciera devolver. Su curiosidad era más fuerte que nunca. —Lo prometo —replicó.

4. En el que, El Joven se Encuentra Prisionero.

Muy pronto se encontró completamente solo en su habitación; era tan lujosa que no pudo menos que revisarla de arriba a abajo. Al parecer, se había olvidado por completo de  la preciosa carta que tanto le había costado obtener. Se acercó a la única ventana que tenía el cuarto, situada a una gran altura con respecto al suelo, y miró hacia el parque. Desde allí se podía ver hasta el  jardín donde había atisbado, por primera vez, al millonario que cuidaba de sus  rosas con  tanto cariño. Ahora era de noche, pero  la  luna  llena  lo cubría todo con un manto fosforescente. El joven ardía de impaciencia.
Por  fin  iba a descubrir el secreto para hacer  fortuna que  le había eludido durante  tantos años. Abrió el sobre, desplegó la carta y se dispuso a leerla. ¡Y así lo hubiera hecho si la hoja de papel que tenía ante sus ojos no hubiera estado completamente en blanco! Le dió la vuelta. ¡Tampoco había ni el más mínimo trazo! Había sido tan tonto como para dejarse estafar por el anciano. ¡Le había entregado un cheque por una cifra exorbitante a cambio de un secreto que no existía! Y no  lo entendía, porque el millonario  le había  tratado con tanta corrección en todo momento, que hasta había comenzado a sentir un cierto aprecio por este anciano que parecía un ser tan honesto.
Entonces  comprendió  que  tendría  que  haber  sido  más  cuidadoso,  que  había  algo  de cierto en el dicho de que  la gente honrada nunca se hace  rica. Se vio  forzado a admitir que carecía de sentido comercial y, probablemente, esta  fuera  la razón por  la que había caído en la trampa del anciano. Le invadió un sentimiento de rebelión, y, en un ataque de rabia, rompió  la carta en dos pedazos y  los arrojó sobre  la gruesa y suave alfombra. Su único consuelo era que hacer el  ridículo no mataba a nadie; de  lo contrario, no hubiese dado un centavo por su vida. ¿Qué podía hacer? Había algo irreal en todo el asunto. Se había dejado llevar a una trampa muy bien preparada. Sólo le quedaba una alternativa: escapar tan rápido como le fuera posible. Tal vez hasta estuviese en peligro. Tenía que tomar una decisión y tomarla deprisa. No quería pasar la noche  en  ese  lugar.  Lo más  aconsejable  sería  escabullirse  tan  silenciosamente  como pudiera.  Caminó  de  puntillas  hasta  la  puerta  y,  lentamente,  hizo  girar  el  picaporte. ¡Maldición!  La  puerta  estaba  cerrada  con  llave  por  fuera. Se  encontraba  prisionero.  La ventana  era  la  única  salida  que  le  quedaba.  Corrió  hacia  ella.  La  abrió  sin  problema alguno, pero se dio cuenta que estaba a unos diez metros del suelo.
Si saltaba, con toda seguridad, se partiría el cuello. Mejor pensar en otro camino para la  fuga. Ahora la única esperanza que le quedaba era llamar al mayordomo. ¿Qué otra cosa podía  hacer?  Desaparecer  silenciosamente  en  medio  de  la  noche  era  algo  que evidentemente  estaba  fuera  de  sus  posibilidades.  Tiró  del  cordón  de  la  campanilla  y esperó. Nadie  se  presentó. Volvió  a  llamar. Nada. En  la  casa  reinaba  el más  absoluto silencio.  Todo  el  mundo  debía  estar  durmiendo.  Tal  vez  la  campanilla  ni  siquiera funcionaba. En ese caso, lo único que podía hacer era ponerse a gritar.
Pero eso no  lo podía hacer de ninguna de  las maneras. ¿Qué sucedería si el millonario estuviera  actuando  de  buena  fe,  a  pesar  de  que  a  todas  luces  parecía  lo  contrario? Quedaría como un  tonto, por haber despertado a  todo el mundo en mitad de  la noche. Finalmente,  decidió  que  le  convenía  dormir.  Sin  embargo,  no  le  resultó  tan  fácil.  Los episodios del día desfilaban sin cesar ante sus ojos. A pesar de todos los argumentos que imaginó, con nada pudo vencer la sensación de ridículo que le embargaba.
La  hoja  de papel  en  blanco  que  había  comprado  por  10.000  libras  continuaba  flotando ante sus ojos como si se estuviera burlando de él. Por  fortuna, el sueño  le  libró de esta pesadilla que le acechaba despierto. Comenzó a soñar con un extraño que le insistía una y  otra  vez  para  que  firmara  un  grueso  documento  de  la mayor  importancia  como  si  le fuera  la  vida  en  ello. Él  protestaba  con  vehemencia. Tenía  que  tratarse  de  un  error:  el documento estaba completamente en blanco.
Continuará en la Parte III
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