Millonario Instantáneo – Parte II
Una de las mejores obras relacionadas a una enseñanza sobre éxito, Millonario Instantaneo, escrita por el talentoso Mark Fisher y publicada en el año 1991, nos muestra el camino de un joven con deseos de superación en su busqueda y comprensión de alcanzar el éxito financiero deseado y logra convertirse en millonario en un lapso de aproximadamente 7 años. Si llegaste a este artículo directamente te ecomiendo leas desde el principio en Millonario Instantáneo – Parte I, si ya leíste la primera parte, entonces no pierdas más tiempo y continua leyendo esta interesante historia:
Millonario Instántaneo – Parte II
3. En el que, El Joven Aprende a Valorar las Oportunidades y, a Correr Riesgos
Ahora, después de todo lo que ha escuchado, ¿cuánto dinero estaría usted dispuesto a pagar para conseguir el secreto de la riqueza? La pregunta del millonario le pilló por sorpresa. Pero respondió: —Aun en el caso de que yo estuviera dispuesto a pagar para conseguirlo, no tengo ni un penique. Por lo tanto, lo que usted me formula es una pregunta muy difícil de responder. —Pero, si usted tuviera el dinero, ¿cuánto estaría dispuesto a pagar? —Insistió el millonario y, después, añadió rápidamente—: Diga una cifra, la primera que le venga a la cabeza. Ahora tenía incluso más excusas para evadir la pregunta.
El millonario le estaba pidiendo una respuesta muy concreta y él no podía fallarle a su anfitrión. —No lo sé —contestó—. ¿Cien libras…? El millonario estalló en carcajadas; era la primera vez que el joven le oía reír. Una risa muy particular, clara y cristalina. —¿Sólo cien libras? En realidad no cree que exista, ¿verdad? Si lo creyera, no hay duda de que estaría dispuesto a pagar mucho más. Vamos, le daré una segunda oportunidad. Diga otra cifra; esto no es un juego sino un asunto muy serio.
El joven comenzó a pensar. Haría cualquier cosa en el mundo para que el millonario no se volviera a reír. Pero tampoco quería mencionar una cifra que le pudiera comprometer. —No me importa participar en este juego —dijo—. Pero recuerde que no tengo ni un penique. —No se preocupe. —Pero sin dinero, tengo las manos atadas —replicó el joven, un tanto sorprendido. —¡Vaya por Dios! —Exclamó el millonario—. ¡Tenemos un largo camino por delante! Desde los tiempos más remotos, los ricos han estado utilizando el dinero de los demás para amasar sus fortunas.
Nadie que se tome esto en serio ha necesitado jamás del dinero para hacer dinero. Me refiero al dinero propio. Además, usted debe llevar encima su talonario de cheques… Al joven le habría gustado poderle responder que no. Sin embargo, por esas ironías del destino, aquella misma mañana se había metido el talonario de cheques en el bolsillo. Y no sabía por qué, ya que tenía exactamente 2,28 libras en la cuenta. Y eso no era suficiente para permitirse despilfarres.
El joven no se lo hubiera pensado dos veces antes de responder con una mentira, pero el millonario tenía una mirada muy penetrante, en apariencia capaz de escrutar hasta el último rincón de su mente. Entonces, casi como si estuviera confesando uno de sus más íntimos y terribles secretos, se oyó a sí mismo responder tartamudeando: —Sí, sí que lo he traído. En este momento, se descubrió a sí mismo sacando el talonario de su bolsillo, de la misma manera en que lo hubiera hecho un robot obedeciendo las órdenes de su amo, a pesar de que, por un momento, le atravesó por la mente la idea de rebelarse. Se sentía dominado por aquel hombre, como alguien que hubiera caído en las manos de un hipnotizador.
Sin embargo, no tenía miedo del millonario, que irradiaba buena voluntad, aunque sus maneras eran un tanto irónicas. —Excelente —replicó el millonario—. ¿Ahora ya está convencido de que no hay problema alguno? Le quitó el capuchón a una elegante pluma y se la entregó al joven. —Escriba la cantidad que ha pensado y firme el cheque. —Pero es que no sé qué cantidad escribir. —Está bien. Escriba, digamos unas… 10.000 libras. El millonario pronunció esta cifra con toda tranquilidad, sin la menor señal de arrogancia. El joven, en cambio, casi se cayó de espaldas de la impresión.
Aquí no cabía más que una sola explicación: el millonario se estaba divirtiendo a su costa… a menos que sólo fuera un brillante estafador. —¡Diez mil libras! —Exclamó el joven—. Usted debe de estar de guasa. —Si lo prefiere, escriba 20.000 libras —replicó el millonario, con tanta calma que el joven ya no supo si le hablaba en serio o si se estaba burlando de él. —¡Pero si las 10.000 libras ya me parecen demasiado! De todas maneras, usted no podría cobrar el cheque porque no hay fondos. Y, por mi parte, lo único que conseguiría es que el director del banco se enfadara conmigo pensando que me he vuelto loco o algo parecido. ¡Y tendría toda la razón! —Esta es exactamente la manera en que conseguí hacer el negocio más grande de toda mi vida.Firmé un cheque por 100.000 libras y después tuve que echar a correr como un desaforado para conseguir el dinero con que cubrirlo.
Pero, si no hubiera extendido ese cheque en aquel lugar y en aquel momento, hubiera perdido una excelente oportunidad. Aquella fue una de mis primeras lecciones importantes en cuestiones de negocios —prosiguió el anciano—. Las personas que pierden el tiempo esperando las condiciones perfectas para que todo encaje, jamás consiguen hacer nada. ¡El momento ideal para la acción es AHORA! Y otra lección que esta pequeña anécdota le puede enseñar es ésta: si usted quiere triunfar en la vida, tiene que estar bien seguro de que no tiene más alternativas.
Tiene que sentir que está contra las cuerdas. Las personas que vacilan y se niegan a correr riesgos con el pretexto de que no tienen todos los elementos en su mano, jamás llegan a ninguna parte. La razón es simple. Cuando te han cerrado todas las puertas y no tienes salida, debes poner en juego todos tus recursos interiores. Y, en este punto, quieres que algo suceda con todas las fibras de tu corazón. ¿Así que por qué duda ahora, joven? Póngase contra las cuerdas y extienda este cheque de 10.000 libras para mí.
El joven así lo hizo; escribió lentamente primero las cifras y luego las palabras. Pero, cuando llegó el momento de firmarlo, descubrió que no lo podía hacer.—Nunca he extendido un cheque por semejante suma en toda mi vida.—Si usted quiere convertirse en millonario, algún día tendrá que empezar a hacerlo. Tiene que acostumbrarse a firmar cheques por sumas mucho más grandes que ésta. Esto es sólo el comienzo. Aun así, el joven siguió sin poder firmarlo en ese preciso momento.
Todo ocurría tan deprisa. Estaba a punto de entregarle un cheque por 10.000 libras a un hombre al que acababa de conocer y que le ofrecía a cambio un secreto más que dudoso.—¿Qué es lo que le impide firmar? —Preguntó el millonario—. Todo es relativo bajo el sol. En menos de nada, esta cantidad le parecerá irrisoria.—No se trata de la cantidad —susurró el joven que, a esas alturas, a duras penas sabía lo que decía.—Bueno, entonces, ¿de qué se trata? El joven estaba a punto de responderle cuando el millonario le interrumpió:—Yo sé por qué no puede firmarlo.
En realidad, usted no cree que mi secreto le convertirá en millonario. Si usted estuviera absolutamente convencido firmaría enseguida. Y para asegurarse de que podía convencerle, o mejor dicho, para ilustrar sus palabras con mayor claridad, el millonario añadió:—Si usted realmente estuviera seguro de que este secreto le ayudará a ganar 50.000 libras en menos de un año, sin tener que trabajar más de lo que trabaja ahora, e incluso trabajando menos, ¿firmaría el cheque? —Pues claro que lo firmaría —manifestó el joven, al no quedarle otra opción—.
Tendría una ganancia de 40.000 libras. —Pues entonces, fírmelo. Yo le garantizo formalmente que usted podrá ganar dicha cantidad. —¿Estaría usted dispuesto a ponerlo por escrito? Una vez más, el millonario se echó a reír y exclamó: —Me agrada usted, joven. Está dispuesto a cubrirse las espaldas. A menudo, esta es una medida muy prudente. A pesar de que le esté asegurando totalmente sus recursos, usted no se fía de la primera persona que se le cruza por el camino. Luego, se puso de pie, rebuscó en uno de los cajones del escritorio y sacó un formulario impreso que, a buen seguro, ya había utilizado en ocasiones similares.
Esto no le sentó bien al joven. ¿Acaso aquel anciano había hecho de su secreto un negocio? ¿Se lo estaría vendiendo a cualquiera que se presentara a la puerta de su casa pretendiendo ganar dinero a espuertas? El millonario escribió la garantía y se la entregó al joven. Éste le echó una rápida ojeada y, al parecer, quedó satisfecho con lo que había leído. Entonces, el anciano cambió de opinión. —Se me ocurre otra idea —dijo—. ¿Qué le parece si hacemos una apuesta? Sacó una moneda del bolsillo y comenzó a arrojarla al aire para recogerla con la palma de la mano. —Juguemos a cara o cruz. Si pierdo, le daré las 10.000 libras en efectivo que tengo en el bolsillo.
Si gano, usted me dará el cheque. En cualquier caso, nos olvidaremos de la garantía. El joven se tomó su tiempo para pensarse una proposición tan poco corriente. No era una mala idea. De hecho, resultaba tan atractiva que se preguntó cuál sería el motivo que tenía el anciano para proponerla. Le parecía demasiado buena para ser honesta. —El único problema —dijo— es lo que ya le he dicho antes. En el banco sólo tengo calderilla. Si le diera este cheque, usted no podría cobrarlo. —Eso no es un problema —afirmó el millonario—. No tengo prisa. Estoy dispuesto a esperar hasta la próxima vez que nos veamos. ¿Por qué no le pone fecha de aquí a un año? —Está bien. Bajo estas condiciones, acepto la apuesta. Ahora, había llegado a la conclusión de que, en el peor de los casos, tendría todo un año por delante para cambiar de banco, cerrar su cuenta o, simplemente, ordenar que no pagaran el cheque.
Tendría que haberlo pensado antes. No tenía nada que perder. Y, con esta nueva oferta del millonario, hasta podría llegar a ganar 10.000 libras en unos segundos, sin trabajar para conseguirlas. No pudo evitar la sonrisa de satisfacción que pasó fugazmente por sus labios. Se sintió culpable, y deseó que el millonario no se hubiera dado cuenta, aunque parecía un personaje al que no se le escapa nada. En aquel preciso momento, éste le pidió una pequeña aclaración que confirmó, en el acto, las dudas del joven. —Sólo un pequeño detalle. En el caso de que usted pierda la apuesta, me gustaría que jurara solemnemente que hará honor a este cheque.
El joven se sonrojó. Este viejo es más astuto que un zorro, pensó. El millonario parecía leer sus pensamientos como si fueran un libro abierto. El joven le dio su palabra, aunque en el momento en que el millonario se disponía a arrojar la moneda, le interrumpió bruscamente: —¿Me permite ver la moneda? —le preguntó. El millonario sonrió y respondió: —Ya no me cabe ninguna duda. En realidad, joven, usted me cae bien. Es cauto. Esto le ayudará a evitar muchos errores. Pero asegúrese de que esto no le haga perder un montón de buenas oportunidades.
Entonces el millonario le entregó amablemente la moneda, y tan pronto como el joven hubo examinado con todo cuidado ambas caras, le pidió que escogiera. —Cruz —pidió el joven. El Millonario Instantáneo arrojó la moneda al aire. ¡El corazón del joven comenzó a latir a toda prisa! Era la primera vez en su vida que tenía la oportunidad de ganar 10.000 libras, ¡una cantidad nada despreciable por cierto! Y mientras miraba cómo la moneda daba vueltas en el aire, su ansiedad fue en aumento. La moneda rodó sobre la mesa y, por fin, se quedó quieta.—¡Cara! —Anunció el millonario, alegre, aunque de inmediato agregó con simpatía—: Lo siento. Era difícil saber si lo decía con sinceridad o por pura cortesía. El joven decidió entonces firmar el cheque.
Pero aun así no pudo dejar de temblar un poco mientras lo hacía. Probablemente, llegaría el día en el que estaría acostumbrado a firmar cheques tan grandes como ése, pero, de momento, se sentía bastante raro. Le entregó el cheque al millonario, quien lo examinó rápidamente, para después doblarlo y guardárselo en el bolsillo.—Y ahora —dijo el joven—, ¿puedo saber el secreto?—Desde luego —replicó el millonario—. ¿Tiene usted un trozo de papel? Se lo daré por escrito. Así no se le olvidará. Al joven le costó trabajo digerir estas palabras. Aquel hombre no pretendería decirle que todo el secreto cabía en una sola hoja de papel, ¡un secreto que acababa de comprar por 10.000 libras!—Lo siento. No llevo ninguna encima.
Entonces el millonario hizo que el corazón le diera otra vez un vuelco al preguntarle:—Pero ¿no traía usted una carta de presentación? Las personas que me ha enviado su tío a lo largo de los años siempre han venido con una de esas cartas. El joven todavía la conservaba. La sacó de su bolsillo, pensando que al anciano no se le pasaba nada por alto. Se la entregó, sin dejar de observarle mientras la abría. Pero él no pareció sorprenderse lo más mínimo cuando vio que estaba en blanco.
Tomó su pluma, se apoyó sobre la mesa y antes de comenzar a escribir, levantó la cabeza y le pidió al joven que fuera a buscar al mayordomo. —Le encontrará usted en la cocina, al final del pasillo que está allí —le dijo. Cuando el joven regresó en compañía del mayordomo, el millonario ya estaba cerrando el sobre. Por su sonrisa, parecía estar muy satisfecho consigo mismo. —Nuestro joven invitado pasará la noche con nosotros —le dijo al mayordomo—. ¿Podría acompañarle a su habitación, por favor? —Después le estrechó la mano como si estuviera cerrando uno de los tratos más importantes que hubiera hecho en toda su vida—•.
Lo único que quiero pedirle es que espere hasta estar a solas en su habitación para abrir el sobre y leer el secreto… Ah, y otra cosa más. Antes de que pueda usted leer lo que he escrito, tiene que prometerme que dedicará parte de su vida a compartir este secreto con otras personas menos afortunadas que usted. Si está de acuerdo, usted será el último a quien le transmitiré el secreto directamente. Así mi trabajo se habrá acabado y podré dedicarme a cuidar mis rosas en un jardín mucho más grande. Si no está dispuesto a compartir este secreto —dijo, por último-todavía está a tiempo de echarse atrás.
Pero en ese caso por supuesto, no debería abrir el sobre, y yo le devolveré el cheque. Podrá marcharse a su casa en cuanto lo desee y continuar con el tipo de vida que estaba llevando hasta este mismo momento. Ahora que, por fin, tenía en sus manos la carta que contenía el famoso secreto, no habría fuerza suficiente en el mundo que se la hiciera devolver. Su curiosidad era más fuerte que nunca. —Lo prometo —replicó.
4. En el que, El Joven se Encuentra Prisionero.
Muy pronto se encontró completamente solo en su habitación; era tan lujosa que no pudo menos que revisarla de arriba a abajo. Al parecer, se había olvidado por completo de la preciosa carta que tanto le había costado obtener. Se acercó a la única ventana que tenía el cuarto, situada a una gran altura con respecto al suelo, y miró hacia el parque. Desde allí se podía ver hasta el jardín donde había atisbado, por primera vez, al millonario que cuidaba de sus rosas con tanto cariño. Ahora era de noche, pero la luna llena lo cubría todo con un manto fosforescente. El joven ardía de impaciencia.
Por fin iba a descubrir el secreto para hacer fortuna que le había eludido durante tantos años. Abrió el sobre, desplegó la carta y se dispuso a leerla. ¡Y así lo hubiera hecho si la hoja de papel que tenía ante sus ojos no hubiera estado completamente en blanco! Le dió la vuelta. ¡Tampoco había ni el más mínimo trazo! Había sido tan tonto como para dejarse estafar por el anciano. ¡Le había entregado un cheque por una cifra exorbitante a cambio de un secreto que no existía! Y no lo entendía, porque el millonario le había tratado con tanta corrección en todo momento, que hasta había comenzado a sentir un cierto aprecio por este anciano que parecía un ser tan honesto.
Entonces comprendió que tendría que haber sido más cuidadoso, que había algo de cierto en el dicho de que la gente honrada nunca se hace rica. Se vio forzado a admitir que carecía de sentido comercial y, probablemente, esta fuera la razón por la que había caído en la trampa del anciano. Le invadió un sentimiento de rebelión, y, en un ataque de rabia, rompió la carta en dos pedazos y los arrojó sobre la gruesa y suave alfombra. Su único consuelo era que hacer el ridículo no mataba a nadie; de lo contrario, no hubiese dado un centavo por su vida. ¿Qué podía hacer? Había algo irreal en todo el asunto. Se había dejado llevar a una trampa muy bien preparada. Sólo le quedaba una alternativa: escapar tan rápido como le fuera posible. Tal vez hasta estuviese en peligro. Tenía que tomar una decisión y tomarla deprisa. No quería pasar la noche en ese lugar. Lo más aconsejable sería escabullirse tan silenciosamente como pudiera. Caminó de puntillas hasta la puerta y, lentamente, hizo girar el picaporte. ¡Maldición! La puerta estaba cerrada con llave por fuera. Se encontraba prisionero. La ventana era la única salida que le quedaba. Corrió hacia ella. La abrió sin problema alguno, pero se dio cuenta que estaba a unos diez metros del suelo.
Si saltaba, con toda seguridad, se partiría el cuello. Mejor pensar en otro camino para la fuga. Ahora la única esperanza que le quedaba era llamar al mayordomo. ¿Qué otra cosa podía hacer? Desaparecer silenciosamente en medio de la noche era algo que evidentemente estaba fuera de sus posibilidades. Tiró del cordón de la campanilla y esperó. Nadie se presentó. Volvió a llamar. Nada. En la casa reinaba el más absoluto silencio. Todo el mundo debía estar durmiendo. Tal vez la campanilla ni siquiera funcionaba. En ese caso, lo único que podía hacer era ponerse a gritar.
Pero eso no lo podía hacer de ninguna de las maneras. ¿Qué sucedería si el millonario estuviera actuando de buena fe, a pesar de que a todas luces parecía lo contrario? Quedaría como un tonto, por haber despertado a todo el mundo en mitad de la noche. Finalmente, decidió que le convenía dormir. Sin embargo, no le resultó tan fácil. Los episodios del día desfilaban sin cesar ante sus ojos. A pesar de todos los argumentos que imaginó, con nada pudo vencer la sensación de ridículo que le embargaba.
La hoja de papel en blanco que había comprado por 10.000 libras continuaba flotando ante sus ojos como si se estuviera burlando de él. Por fortuna, el sueño le libró de esta pesadilla que le acechaba despierto. Comenzó a soñar con un extraño que le insistía una y otra vez para que firmara un grueso documento de la mayor importancia como si le fuera la vida en ello. Él protestaba con vehemencia. Tenía que tratarse de un error: el documento estaba completamente en blanco.
Continuará en la Parte III
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